lunes, 9 de diciembre de 2013

Conectar

-vale, frénalo. Si, así. Pégalo contra la valla, mételo en la pista. 
Se acerca a paso decisivo me coge el tobillo con su mano izquierda y me lo coloca en su sitio. Noto un fuerte tirón por dentro de la pierna. Es ese dolor que escuece y pica, fruto del esfuerzo de estirar algo que trabajas poco. Como cuando te entrenabas para abrirte de piernas. Te molesta, te duele.
-¿ves? Mantenlo siempre así. Tus tobillos bajos y hacia fuera. Dale un toque.
Con esfuerzo, le rozas el abdomen con decisión.
-Ya que estamos corrigiendo... Se acabo hacer que el caballo arranque así.
-¿Cómo?
Agarra mi pierna por el gemelo y la empuja despacio hacia el caballo.
-¿Lo notas? El caballo nota una mosca en su piel, con este mínimo roca en su piel te entiende. 
-No noto nada, esto es inútil.
Rápidamente alcanza la cremallera de la polaina y la baja sin darme tiempo a reaccionar. Desabrocha el velcro y enrolla el negro pantalón subiéndolo dejando expuesta la piel a la fría brisa. Y empieza acercarla al costado del caballo.
-¿Sabes esa sensación de cuando te gusta alguien y notas como llamas por ahí por donde pasa el roce más efímero, más tonto , más insignificante? Concéntrate.
Notas como el suave pelo del costado de caballo entra en contacto con la piel desnuda. Lo notas de verdad.
-tienes que conseguir sentir lo mismo con el caballo.
Te vuelve a colocar la ropa que colgaba sin vida por el estribo y te concentras en el caballo. En esa magia extraña. ¿Cómo una bestia gigante, que no te entiende, que no te ve, que no te oye, que no te comprende, que no tiene razón puede crear una conexión con tus gestos, con tus ideas, con tus destinos, con tus decisiones? Es uno de los misterios que rodean a estos extraños seres tan inteligentes.

Consecuencias de haber montado como es debido: notas como polvo entre los huesos, oyes las quejas de tu cuerpo que no entienden tus deseos.

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