lunes, 4 de noviembre de 2013

Y el frío...

Y el frío...
Y el frío..
Y el frío.
Y el frío 
Y el frí
Y el fr
Y el f
Y el
Y e
Y


Suena el despertador tan temprano como siempre. Las sábanas se te pegan a la cara y no consigues salir de la cama... Se esta tan bien dentro... Tan caliente... Tan sólo hay una hora de diferencia entre lo que dormías en vacaciones y ahora... No deberías notar el cambio. Pero hay un elemento nuevo que ha aparecido esta mañana: el frío. A los 6 o 7 minutos de remoloneo en la cama, te incorporas lentamente, te arrastras hasta detrás de la puerta y coges la toalla lila con tu nombre bordado. En el baño, te quitas la ropa evitando mirarte al espejo y te metes debajo del grifo. Por unos cuantos minutos, puedes irte a otro lugar que no tiene nombre y a otra hora que no tiene número. Huele a coco, el frío se ha ido y la música suena de fondo.
En la cocina, coges un café rápido, luego te das cuenta de que no deberías tomártelo, y lo dejas al lado de la tostadora para que se lo beba tu madre. Para intentar remplazar el único sabor que puede ser dulce y amargo a la vez, reconfortante y cálido a la vez que vital, rebuscas algo que tenga algún sabor original... Te decantas por te de sandía y unas galletas a falta de algo mejor.

Una vez en el coche, te da tiempo de pensar... Es una pena no poder volver a ver el amanecer, maldito cambio horario. Bueno, al menos estas mejor contigo misma, ayer reflexionaste demasiado, justo lo necesario para entrar bien por la puerta y sonreír a todos. A pesar de todo lo notas: notas el secretismo, notas la falta de interés, notas como se aleja, notas la falta de atención. Te entristece pero bueno, los lobos no siempre van en manada y hay cosas que te toca aguantar para dentro.




Bastante después, sólo notas el frío, el vello de los brazos erizados, las manos muertas, la brisa en las piernas y en el cuello.

Y el frío ha llegado.


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